Nos gusta el rock!


El otro día recogí a cuatro personas en el patio Bellavista, todas ellas muy "entonadas". Una de ellas me pidió conectar su música a la radio del auto y yo, reivindicandome de que las había echo enojar al decirles que no podían subir con los vasos con "trago" a mi auto, sin dudarlo acepté. Ponete unos buenos temas, dijo una desde atrás. Finalmente después de alegar que la radio del auto era el problema, lograron enlazar el bluetooth y el primer tema que se escuchó era uno de Bachata y seguido por otro de... Bachata y un tercero, ahora sí, de... Bachata! Ante esta reiteración en el ritmo una de atrás gritó algo así como ¡la huéa de música que está poniendo esta hueóna... si sabe que aquí somos toas rockeras ;
Nos gusta el rock!
Yo me anduve alegrando y pensé que ahora se venía un tema de Queen o Zeppelin, o, siendo menos exigentes... uno de los Guns que se yo. Mi decepción fue grande cuando se escuchó una lastimera y descosida voz cantando "Ella desaparece, pero aparece cuando le dan gana'... han sio un pardevece y si es por mí le doy toa la semanaaaa 🎶
Wu wu corearon todas y una dijo, ahora si po, ese si po, si somo toa rockera po oe...


27 junio 2021

Reprueba

Días que no escribía mis páginas matutinas (esta es una transcripción fiel de las últimas.)
Hoy estoy en casa de F, estamos esperando vídeollamada del sur, de San Pedro en Conce, con la transmisión de la ecografía que le harán a mi querida nuera, de nuestra próxima nieta o nieto. Algo que nos llena el alma de felicidad.
 No así el triunfo del Rechazo en el último plebiscito de este domingo recién pasado (ayer.). Aplastante triunfo de la extrema derecha y del que no comentaré más. Solo diré que me siento muy desolado y triste. Me envuelve un pesimista sentimiento con respecto a mí país y su futuro que no había sentido antes.
El Memo (alias Chicho) salta como loco y le rasguña la ropa a F que ahora se devuelve por su mascarilla. G ataja al Chicho, lo toma en brazos y el Chicho me lanza una mirada desquiciada. G se ríe. La Tonca ladra fuerte al otro lado de la reja; me encuentro justo del otro lado y el viento me trae el ácido olor de sus orines de perra vieja. Estoy afuera, sentado en un sillón plegable que acabo de afirmar poniéndole un tarro de pintura dentro de una pata y una llanta de fierro en la otra. Está despejado el clima lo siento algo frío, F, que anda descalza, me dice que está muy acalorada. Pará mí está agradable... claro que ando con suéter cuello de tortuga. F volvió del pan, cruzo el portón a toda carrera y ahora  la oigo conversar en la cocina animadamente con G. La marraqueta está crujiente, exclama contenta.
Yo estoy pernoctando  en la Francia. Llegué por estos pagos el domingo 28 de agosto, hace más de una semana, atentos y preocupados por la salud de mi suegro, que sigue grave todavía después de que hubo que repetir la primera operación a raíz de un infarto que tuvo en el post operatorio a razón de que se corrió la válvula que le insertaron y para colmo se agarró una infección instrahospitalaría. Amorcito xon ternura me llama F a desayunar...
En lo que ayer podría haber sido una jornada redonda de alegría y buenas vibras, al final se terminó empañando por el avasallador e inesperado triunfo del Rechazo... Pero... yo me quedo con la visita de mí hijo G a Santiago. Vino a votar y aprovechó de anunciar su buena nueva. Orgulloso invitó a la familia a un brindis con jugo y bebidas de fantasía y ahí mismito les contó que iba a ser padre. Se alzaron felices las copas, todos los presentes celebramos. Estábamos en esa linda mesa repleta de amación y cariño bueno, mi hermano P, su esposa MJ, su hija V, su hijo JP, su hija mas chica la Cau y S el benjamín. Además de la PO con su hijo GV. Los dueños de casa J y L Mis hijos A y G, y Yo. Sin haber planificado esta junta que se dió por pura casualidad gracias a las votaciones, lo pasamos increíble... , solo faltaste Tú... Nos tocó sufragar en la vieja escuela (505) donde cursé casi toda mi enseñanza básica. En la mesa 118 donde estaban inscritos en varias páginas seguidas los Ortices. Mi mamá también fue a votar, echo extraordinario y costó llevarla porque venía llegando muy cansada de la feria y quejándose de mucho dolor a los huesos. Logré convencer a mí padre de que fuéramos a comprar carne sin tener que esperar la opinión de mi madre. Tres kilos de punta picana que cociné a la olla. Quedó deliciosa, además me preocupé de que mi mamá no hiciera nada, que no se estresara, ayudé a poner la mesa, la C preparó el arroz, P coció unas papas que luego MJ mezcló con mayonesa Kraft, finalmente levanté la mesa, le di las sobras a las perras y perros, lavé toda la loza y la guardé, poco después me despedí de mis padres e invité a mis hijos a acompañarme para no preocupar a los viejitos con la once. P y familia se había retirado un poco antes.
Todo esto a pasado a la sombra de la grave crisis que está enfrentando mi suegro producto de la cirugía al corazón que le practicaron el lunes 29 y que lo tiene con un pie aquí y el otro en el otro lado. Es extraño saber que está así porque hasta pocas horas antes de la operación se veía tan bien, tan optimista y sonriente..., no nos esperábamos que las cosas se dieran de la manera que están ocurriendo... La volatilidad del alma. Entregar tu vida (tomale el peso a eso) en manos profesionales. Ellos, los médicos, no tienen todas las respuestas ni todas las soluciones, son hombres, no dioses. F ha sido afortunada dentro de las circunstancias, ha podido estar con su padre en la UCI en dos ocasiones; el día que lo iban a operar que estaba feliz y tranquilo y el sábado pasado cuando le tocó verlo ya intervenido dos veces y conectado a máquinas que van y vienen con sueros y medicamentos y oxígeno insuflando su debilitado cuerpo.
En todo este proceso no ha faltado el humor y las anécdotas. La primera visita que hicimos al hospital Arriaran cuando íbamos bajando en el ascensor F se comió un caramelo Halls negro extra fuerte, así se acercó a hablar con la doctora que la pillamos justo porque la puerta de la UCI estaba abierta y nosotros entramos sin pedirle permiso a nadie. F hablaba con la doctora y como tenía su mascarilla puesta el mentol del caramelo le subía directo a los ojos haciéndole brotar las lágrimas. La doctora, que primero había dicho que las visitas estaban prohibidas, al parecer se conmovió por las lágrimas de F y la dejó entrar a ver a su padre inmediatamente, estuvo más de media hora con él y conversaron de todo. Hoy es martes y F me acaba de enviar este audio:



Amor, el R anda trabajando hoy día y justo tuvo que ir a Matta con ¿Santa Rosa? y pasó al hospital y habló con la doctora a ver si lo dejaba entrar a verlo porqué él se sabía que estaba muy grave, lo hicieron esperar un rato y si poh lo dejaron entrar y mi papá estaba con los ojitos abiertos... y el R hablaba y él como que lo seguía con la mirada y de ahí se volvió a quedar dormido y así, la doctora le dijo que de mí papá empezaron a bajarle las dosis para irlo como despertando... y que eeehm... tiene episodios muy buenos y episodios muy malos. 


Encuentros Surreales Jueves 26 de agosto 22









Hoy nos juntamos con el amigo Mau  para hacernos participes de una noble causa, donar sangre. Antes, y a fin de quedar bien parado después de lo que sería la vampiresca tarea de donar mi sangre, desayuné "algo contundente". Ahí, en un carrito afuera del hospital, me serví una marraqueta con pernil y pebre cuchareao bien picante, después, cuando me iba, me pedí en el carrito del lado, de puro tentao, una empanada frita rellena de hirviente queso y me fui pensando quemandome los labios en el aporte energético y nutricional de este tentempié. Ingresé al hospital puntualmente y una diligente mujer, buenamoza, me dijo que sin carnet no se podía y cuando le pregunté si aceptaba la copia que le mostré del celular ella como que la pensó por una fracción de segundo pero después sentenció <<Tiene que ser el carnet original, podría hacer una excepción pero está difícil porque andan supervisando>> Me retiré de la sala repitiendo sarcástico esta última frase. Después llegó mi amigo y también rebotó, en su caso fue por el cuestionario y ante la pregunta sobre las drogas señaló que consumía hongos psicodelicos, bastó con eso para ser rechazado como donante. <<Como no entienden que los honguitos son medicina>> repetía mi amigo. Ante el fracaso que tuvimos al intentar tenderle una mano a mi suegro por el amor y cariño que le tenemos a F, nos retiramos del hospital bastante frustrados y más que nada, desilusionados con el "sistema". Mi amigo fue por su bicicleta al estacionamiento y, justo cuando retiraba la cadena de seguridad, un joven guardia se nos acercó enarbolando un cuaderno de registro en sus manos, entonces le consultó el nombre a mi amigo. Fulano de tal, le contestó este, amable y divertido. El guardia, al no encontrar su nombre en la lista le dijo frustrado: Parece que olvidaron anotar su ingreso. Con mi amigo nos reímos y el guardia se retiró confundido tan presto como había llegado. En medio de un calor galopante cruzamos avenida Santa Rosa hacia el poniente, ofuscados por el fracaso de nuestra misión, obstaculizados por la absurda burocracia y la falta de cooperación de los funcionarios. Mi amigo sugirió ir por comida casera a un restaurante económico de los alrededores. Recorrer el barrio Franklin en busca de una "Picá" donde servirnos algo bien chileno, fue nuestro siguiente objetivo. Bajando por la agradablemente poco transitada calle Chiloé, nos sorprendió un viejo barucho que está a medio morir saltando y que lleva el mismo nombre de la calle "Bar Chiloé". Un par de puertas desvencijadas "con sus derrotas mordiéndole el alma" llamaron mi atención. Abrí una hoja para otear al interior, en primer plano tres personajes conversaban animados alrededor de una mesa y unas cañas con un brebaje color café con leche; uno de ellos, el que se parece a Daniel Muñoz, el actor y folclorista, se me quedó mirando fijo como yo a él. Una vez nos adentramos fuimos abducidos a este submundo del pasado. Altos paredones empinandose al cielo se elevaban como las velas de un barco, desteñidas y sucias por el paso del tiempo, el sol y la sal. Colgaban de estas paredes, como vistosos banderines, variedad de letreros pintados a mano con frases motivacionales:

"Cola de Mono Heladito"

"Pida Aquí El Rico Pipeño"

"Aquí La Mejor Chicha Del Barrio"





En una esquina del bar parapetados tras una verde mesa de melamina, unos parroquianos me miraban con cara de pocos amigos. Me sentí como un intruso, irrumpiendo en su sagrada y religiosa ceremonia del medio día. Los miré con curiosidad, igual que ellos a mí, como quién prende la tele y se queda prendado de una película que ya va por la mitad. Desde mí ángulo de visión me. parecieron un par de marineros a punto de zozobrar, afirmandose a duras penas de la proa de su destartalado barco antes del inevitable naufragio. Imaginé que ellos me veían como un pirata a punto de abordar su embarcación. Un asunto de perspectivas, me dije. 





En la otra esquina del bar un viejo Burlitzer de los años 80s tocaba la canción "Nadie es Eterno" de Los Llaneros de la Frontera. A mí espalda, grandes cortinas plásticas colgaban del techo como sabanas transparentes, tras de estas traslúcian unas destartaladas estanterías llenas de viejas botellas de vino y licores cubiertas de polvo y telarañas. Un gran afiche enmarcado de Elvis al centro y otro par de cuadros de paisajes a los costados, unas fotografías de los locatarios con varios años menos, un horno microondas, una máquina de jugos (de esas que me hipnotizaban cuando era niño) y, los propios locatarios, de carne y hueso, tras la barra, absortos en ninguna cosa en particular, como esperando su muerte. Después de bebernos un delicioso Cola de Mono casero conversando acerca de proyectos y vivencias nos retiramos tan rápido como habíamos llegado. Mi amigo pagó los tragos, tres mil pesos en total. Continuamos nuestra búsqueda de un buen lugar para almorzar.




Así fue que llegamos al final de la calle Chiloé, antes del Mercado Matadero Franklin, al frente de este, nos detuvimos en un local comercial..., "PRODUCTOS ESOTÉRICOS" anuncia un gran letrero pintado sobre el umbral en su entrada, ahí el amigo me compró, a modo de regalo, bailahuén en ramas, cosa muy difícil de conseguir por estos días, el bailahuén. Ahí mismo preguntó por un buen dato para almorzar.



—Queremos comer comida casera.
—Vayan donde la Laurita, ahí es bueno— nos anunció un señor delgado de pelo liso teñido negro con betún, muy engominado, bajito y encorvado con pinta de Drácula de dibujos animados. Levantó su brazo y con su mano izquierda nos indicó la ruta a seguir. Nos fuimos en la misma dirección
—¿Cómo se llamaba? le consulté luego a mi compañero de viaje.
—Algo de Laurita —me respondió, con aparente esfuerzo por recordar lo que hace menos de dos minutos nos había indicado Drácula. Al fin llegamos, estaba ahí mismo donde nos había señalado el hombre salido del pasado, como gran parte de los habitantes de este antiguo barrio. "La picá de la Laurita" Un humilde restaurante en una esquina, con demasiados ventanales para mi gusto, más con pinta de fuente de soda de finales de los años 70s que de picada propiamente tal. Después de ubicarnos en una pequeña mesa pedimos al garzón el plato que previamente habíamos leído en una pizarra a la entrada.
—¿Que van a ordenar mi pana?—nos consultó un joven hombre con acento extranjero (eso ya me mató el sentimiento que buscaba.)
—Yo quisiera unos porotos con longaniza ¿Esos son con rienda?
—Si mi pana
—Yo quiero lo mismo—dijo mi pana sin dudar.
—¿Algo para beber?
—Para mí nada
—¿Seguro que no quieres tomar algo?
—Sí, seguro.
—¿Tienes jugos?
—No mi pana, lo siento, solo bebidas, agua mineral, té o café.
—A entiendo, entonces traeme un agua mineral con gas.

  No habían pasado ni tres minutos cuando apareció una garzona muy atractiva pero muda, con ambos platos que los puso en su lugar sin pronunciar una palabra. El garzón se asomó para preguntar si mí amigo quería el agua mineral con o sin gas. ¡Con gas!, contestó mi amigo sin apartar la vista de su celular. Me devoré los "porotos con rienda". Cuando terminé mi amigo iba recién por la mitad.
—¿Ya terminaste? Te los devoraste.
—Es que estaban deliciosos, cremosos, suaves. Lo único que no me gustó mucho es que los tallarines están picados. Riendas cortadas jaja. Me paré a pagar y por equivocación le pedí la cuenta a la cocinera, la felicité por la buena comida, sonrió apenas. A ella le tiene que pagar, me dijo con voz seca, indicando a una señora que estaba en el mismo mesón un metro y medio mas allá.
—¿Cuál es el RUT para transferir?
—Cincuenta y seis tres cinco uno tres tres guión siete.
—Cinco millones seiscientos treinta y cinco mil ciento treinta y tres raya siete—repetí en mí mente mientras ingresaba los datos en el celular, donde me pide nombre y apellido del titular de la cuenta puse, La picá de la Laurita.
—¿Cuanto es?
—Siete mil seiscientos.
—¿Incluye la propina?
—No
—¿Se puede incluir todo junto?
—Sí, no hay problema
—Oka, lo cerramos en nueve mil entonces. Terminada la operación le mostré la pantalla a la señora y me alegó porque no aparecía su nombre. Le puse el nombre del local para recordarlo cuando vuelva a comer por estos lados, le dije agradecido. Siguió disgustada. En eso apareció la garzona muda y miró la pantalla de mi celular. Si, está bien, dijo como a la rápida. Entonces nos retiramos tranquilamente sin pena y sin gloria de ese lugar.






La idea ahora era buscar un sitio tranquilo donde fumarnos un tabaco, reposar el almuerzo y seguir con la buena conversación. Saliendo dimos una vuelta y tras unos pocos pasos estábamos caminando por entre las carnicerías del Mercado Matadero. Seguimos por un pasillo donde se veían a ambos costados vitrinas abarrotadas de distintos cortes de carne de vacuno y cerdo, además de puestos vendiendo especias y legumbres, otros frutas y verduras, todos esos aromas fusionandose en mis sentidos me evocaron recuerdos de cuando paseaba con mi madre por este mismo sitio que no ha cambiado mucho en casi cincuenta años. Al salir del mercado llegamos a un gran patio de estacionamiento repleto de autos.. Monstruosa realidad. Fealdad suprema sin identidad. Autos y más autos nuevos, viejos, último modelo y old fashion, al lado de camiones y camionetas. Una pila de fierros que realmente no me provocan mas que asco. Íbamos cruzando rápidamente este infierno cuando mi amigo se quedó petrificado mirando un gran mural que yo no había advertido y que estaba justo a un costado nuestro, a unos cincuenta metros de distancia. El mural es de unos ochenta metros de largo y unos seis de alto aproximadamente. En él se retrata a dos mujeres, vestidas como bailarinas de ballet, recostadas por delante de sus cuerpos, apoyándose en sus codos conversando felices mirándose de frente. <<Que belleza>>, exclamó anonadado mí amigo; encandilado, mirando aquel lienzo pintado en toda la extensión de la gran muralla externa de un viejo galpón.




—Esto tengo que fotografiarlo— exclamó enseguida aún con la boca abierta.
—¿Andas con cámara? —, le pregunté yo, buscando desesperadamente una sombra donde refugiarme.
—¡Claro poh!, si te conté que andaba con cámara—. Yo, sin recordar en qué momento fue que me contó, sin dudar de sus palabras, me sentí un poco avergonzado de no haberle puesto atención.
—¡Chucha hueón! no le puse la tarjeta de memoria ¡Puta, como tan hueón!— maldijo al viento mi amigo con un gesto de desolación mezcla de rabia e impotencia.
—¿Habrá algún lugar por aquí donde vendan tarjetas?— me preguntó en seguida con gesto desolador y cara de niño bueno.
—Si, claro —le respondí , muy desganado y con poco entusiasmo, como sabiendo la que se me venía—. ¡Pero espera! parece que justo ando trayendo una acá que es del celular de F, como le regalaron uno nuevo le instalé una tarjeta con mayor capacidad y me guardé la vieja. Al enseñarle la Micro SD con toda mi ilusión, mi buen amigo, ahora más decepcionado, me dijo:
—Mmm no sirve, para cámara son grandes no micro.
—Ah, entiendo, ¿y no andas con el adaptador?
—En la casa tengo.
—¿Y como no andas trayendo, deberías ser más previsor?
—Si, siempre lo hago, pero ahora como tenía que llegar a una hora especifica para donar sangre y estaba atrasado, salí apurado y por lo visto me olvidé.
—Cruzando el Mall del mueble está el persa de los celulares, ahí deben vender tarjetas de memoria.
—¿Vamos?
—¡Vamos! —declaré apoyando a mí amigo ahora con resolución. Y salimos rápidamente de ese lugar.





—Por ahí está la entrada —le indiqué a mí camarada de viaje que me siguió con su bicicleta a cuestas y sin dudarlo. Yo caminé seguro de mis pasos hasta el próximo portal. Ingresamos por una gran nave central, alta y maciza de hormigón. Fue un alivio entrar al Mall del Mueble, el calor y el ruido externo de pronto desapareció. Los pasillos, con baja iluminación y aislados del calor externo, estaban casi vacíos, salvo por algunos locatarios que de vez en cuando nos ofrecían pasar a ver sus distintos muebles y artículos para el hogar.
—¿Que anda buscando? Consulte no más. Sin compromiso
  Lavadoras, refrigeradores, closet con sus puertas estampadas, mini bar, lavaplatos, living y comedores, de un cuanto hay para el hogar, algunos muebles muy feos y de baja calidad y otros bien decentes.
—Aquí hay para todos los gustos y presupuestos —comenté, hablando como un experto. De pronto nos sobrepasó una mujer rubia de tez blanca y ojos azules, unos cuarenta años bien llevados, dueña de un cuerpo macizo y voluptuoso, hermosa ella, me miró de reojo cuando me di vuelta a ver de quién salía esa voz sensual y melodiosa que sentía aproximarse por mi espalda. Con tono profesional, ella le conversaba a un señor que no parecía ser su pareja, regordete de unos cincuenta y tantos años, casi calvo, moreno, caminaba apurado ignorando todo lo demás. Una última vuelta por el laberinto y salimos, regresando al calor, a los autos y al ruido exterior. Cruzamos la calle Placer y nos sumergimos en una aventura más de este singular día. Un día como de sueños con distintos escenarios y realidades. Hasta el momento que el amigo se dió cuenta del olvido de la tarjeta de memoria todo había fluido sin mayores contratiempos, exceptuando que no pudimos donar sangre siendo que era ese el propósito original de esta junta. Obviando eso, la atmósfera espiritual y comunicativa entre nosotros había fluido en ambas direcciones casi todo el tiempo. Ahora mismo esa comunicación fluida estaba perdiéndose en la obsesión de mi amigo por encontrar algo similar o igual a lo que había olvidado en casa. <<Salir con la cámara y olvidar ponerle la tarjeta de memoria es como irse de paseo en el auto a un lugar lejano y olvidar ponerle bencina>>, le dije en tono de broma.
  Una vez me pasó eso en mi pequeño Spark, recuerdo que fue una eterna odisea ir a buscar bencina a pie, eso no fue nada al lado de lo que me esperaba al regresar. Al volver aliviado con la bencina pensando que la pesadilla había terminado, encontré mi auto abierto con las chapas reventadas, todo revuelto adentro y un vidrio quebrado. Aprendí la lección de la peor manera. Después de haber sufrido "la pana del hueón" intento andar siempre con la bencina suficiente para ir y volver de cualquier lugar.
  El persa Bío Bío ya no es lo que era. Ahora está lleno de pequeñas tiendas en donde se venden celulares, repuestos, reparación, accesorios y de un cuanto hay para estos aparatos. Hace más de diez años venía aquí con mis hijos casi todos los fines de semana. Me gustaba toda la electrónica y tecnología, sin embargo estos locales eran sólo una pequeña parte de esos recorridos. Ahora mi obsesivo amigo preguntaba en cada uno de los locales por la tarjeta que llenara sus expectativas. Esta tenía que tener el único gran requisito de no ser una micro sd, de esas que usan los celulares, sino una SD sin adaptador. Después de recorrer los mismos pasillos una y otra vez siguiendo de lejos a mí amigo que estaba empecinado en encontrar lo que buscaba. Me quedé quieto observando su frustración. Entonces, cuando lo vi salir de vuelta a la calle, lo alcancé y lo paré en seco.

—Mira a tu alrededor—, le dije en un momento en que, además de exhausto estaba mosqueado, chato, choreado, cabreado de andar en busca de la bendita SD Card para sacar una foto de un mural que a mí no me parecía la gran cosa—. En la primera tienda que consultamos unos quince minutos atrás era en la única que tenían la Micro SD con adaptador para SD. 
—Si, pero esos adaptadores son charchas, salen defectuosos, cagan a la primera.
—¡Y que importa! con tal de que puedas sacar una foto, si cuesta cinco lucas no más, tampoco es la gran inversión que vas a hacer—. Entonces, mirándome con una mezcla de angustia, mosqueo y desesperación me pidió que fuéramos hacia Los Galpones. Yo, devolviéndole la misma mirada, le dije que ya era suficiente, que no valía la pena tanto esfuerzo por una foto de un escenario que iba a seguir ahí mañana y de seguro que la próxima semana.
—Si te obsesiona tanto tomar la foto ahora compra la tarjeta con el adaptador y que importa si después, con el uso, el adaptador falla, con tal de que puedas tomar una puta foto ahora, misión cumplida.
—Tienes razón, estoy demasiado metido con la huéa, vamos por la primera que vimos, te voy hacer caso.
—Claro, para que complicarse tanto, se está arruinando un día que estuvo genial hasta ahora. Además los Galpones no abren en la semana.
—¿Estai seguro de eso? pensé que abrían.
—No, claro que no. Una vez pasé en día de semana en el auto por aquí cerca y quise aprovechar de comprar algo en los Galpones y estaban cerrados.
—¿Fue pa la pandemia?
—No, antes, hace como cuatro años. No había nada abierto. Ahí supe que solo abren los fines de semana.
  Una vez que, finalmente mi amigo se. decidió por la primera opción que habíamos visto y compró la tarjeta, volvimos nuestros pasos por el Mall del Mueble. Regresamos al horrible estacionamiento donde está el famoso mural. Cuando íbamos entrando al infierno me vino un espantoso retorcijón de estómago, unos pasos más adentro me vino otro y luego otro y otro más. Me refugié en la sombra de un camión y esperé a que el dolor no volviera. El. fotógrafo hacia todo el aparataje de sacar la cámara del bolso, ponerle el lente y abrir el compartimiento donde va inserta la tarjeta.
—¿Por donde la saco?— me preguntó con la angustia de un niño mostrándome la tarjeta dentro del display.
—Por detrás traen un prepicado —le contesté con desgana, definitivamente no estaba disfrutando su epifanía.
—Error de tarjeta —me dijo, con una cara de culo que me causó risa.
—¡¿Qué?! ¿Cómo que error de tarjeta? ¿La nueva?
—Sí, cagamos, ya, no importa, dejemoslo así. No creo que quieras volver allá, a que la cambien, corriendo el riesgo de que nos digan que no y no me devuelvan la plata.
   Miré por un momento la frustración de mí amigo y estuve de acuerdo con su sentencia. Nos quedamos callados un rato... 
—Me duele la guata
—Anda al baño, ahí a la entrada cobran 500 pesos.
—No se trata de ir a cagar, no siempre que me duele el estomago  se trata de ir a cagar..., además evito cagar en baños ajenos, por una cuestión de higiene, me gusta lavarme después.
—¿Y por qué no te limpias con un poco de agüita hasta que el papel salga blanco?
—No da resultado, siempre te queda algo de mierda entre los cachetes, y ni hablar de la higiene de estos baños, te podís pegar cualquier cosa— y ahí me alumbré—¡Ah, verdad que compramos bailahuen! (abrí el paquete y saqué un par de hojas, me las eché a la boca y empecé a masticarlas.) Le tengo mucha fe al bailahuen y en general a todas las hierbas.
—Son buenas las hierbitas..., ¿y si vamos a cambiar la tarjeta?
—¡Vamos! que perdemos... igual son cinco lucas y está aquí no más, total lo más malo que puede pasar es que te digan que no. Vamos, pero tú da la cara. ¡Ah, pero antes tengo una idea! ¿Por que no pruebas el adaptador con la micro sd de F?
—¡Bueeena! ¿A ver?... ¡Funciona!
 Sentado en una fuente de agua ubicada al medio del estacionamiento, vi como mi amigo buscaba el ángulo perfecto. Él ya no tenía angustia. Yo, ya no sentía dolor, me animo verlo entusiasmado en lo suyo, enfocando, observando, click, click, click.
—Ya está, saqué varias.
—Ya, pero tienes que devolverme la tarjeta que no es mía, recuerda , yo te mando las fotos después.
—Tendría que ser por "... mail"
—¿Y por gmail no se puede? ¿Es muy pesada?
—Están en RAW, son como cuarenta megas.
—Sí, es muy pesada, mejor llévate la tarjeta, después me la devuelves.
—¿Vamos?
—Vamos. 





Por tercera vez entramos al Mall del Mueble, ya nada me pareció interesante, ni noté que el clima fuera más agradable que afuera. Mi mente estaba enfocada en devolver la tarjeta mala y que todo fuera un éxito.
—Deja vú —dijo mi amigo, que caminaba atrás mío, y soltó una risita cuando íbamos pasando por tercera vez por el lado de los muebles para niños estampados con Spiderman y la Pepa Pig.
—Deja vú —le contesté yo y pensé en cuantas veces en mi vida había cruzado por esos mismos pasillos.
 Al salir a la calle, nos golpeó la misma espesa bocanada de aire que la primera vez. Avanzando con seguridad llegamos al local donde un mujer de acento y rasgos extranjeros volvió a atender a mí amigo. Yo estaba lo suficientemente lejos para no oír lo que decían y lo suficientemente cerca para ver todo lo que pasaba. Vi como la vendedora le buscaba a Mauricio otra tarjeta, la habría, Mauricio la probaba, movía la cabeza negativamente mirando de forma alternada a la vendedora y a la cámara. Nada que hacer, también estaba defectuosa, no era problema de la cámara, y, por lo mismo, no era responsabilidad de mi amigo (creo que él quería dejar claro ese punto.) Al final vi que le alcanzaban las cinco lucas, mi amigo se despedía con una sonrisa coqueta, todo solucionado.
  Ya en la salida del persa, como pensando en la larga vuelta que le esperaba al otro lado de la ciudad, mi amigo me preguntó que para donde estaba la calle Lira.



—Esa es la mejor alternativa porque tiene ciclovía.
—Está para allá atrás—dije indicando hacia el oriente mientras caminábamos en dirección contraria hacia el metro.
—Te dejo en el metro y de ahí yo veo por donde agarro hasta Lira. Oye que loco el día, me gustó pese al percance con la tarjeta jaja. Estuvo bien que me pararas. Ya me había puesto hueón con la huéa. Es que yo soy así, por eso es bueno que me lo digan.
—Jaja, ¡no puedo estar más de acuerdo contigo amigo!

Parecemos Niños

Por qué me atraes tanto, por qué me siento tan feliz dentro de tu metro cuadrado, por qué estar contigo es la única vez que me siento vivo, por qué respirar en el mismo espacio que el tuyo se vuelve adictivo? Pitear del mismo cañito que nos eleva y nos pone colocaditos conversando de todo un poquito. Me arriesgo y después de abrazarte te rozo suavecito el cuello con mi boca. Beso el lóbulo de tu oreja. Apenas toco tu piel perfumada con mis ardientes labios. Desciendo entonces por tu mejilla y en el borde de aquello diviso tus labios que sonríen levemente placenteros. El borde de mis dedos busca el surco profundo que divide tu espalda. Rozo tu mejilla con el dorso de mis dedos, abro mi mano y tu recuestas tu mejilla delicadamente en ella. Veo como el placer de tus labios aumenta y entonces. Nos lanzamos al vacío. Mis dedos desvarian perdidos sin remedio en el zip de tu sostén. Pierden la partida, pero innovan y en su travieso juego corren la cortina que atrapa tus senos. Tus labios y los míos se funden, danzan nuestras lenguas, nuestras miradas se cruzan, tus hermosos ojos achinados me hablan. Me recitan la poesía salvaje y sublime de este momento, me dicen te quiero, te amo.
—Y yo igual te quiero. Te amo.

Nunca me sentí tan libre. Nunca te sentí tan libre. 
Ahora estoy solo. Estoy solo y me deleito en el recuerdo de ese momento que duró toda la noche.
Tú y yo dormímos juntos, como otras veces, nos besamos apasionadamente, no hubo mas sexo que ese. Disfrutamos viendo la luna. Mostraba su mejor lado
—Brilla tan clara que hasta se le ve la cara—dijiste y yo me quedé pegado buscándole los oídos, los ojos los labios.
Nos sorprendimos al ver la hora, son las seis de la mañana. Nos tiramos en una cama que hay en tu terraza, a ras de suelo. Miramos las ramas del palto, las palmeras, las María Juana. Nos fuimos a tu cama, te quedaste dormida plácidamente. Yo miraba tu espalda, tu pelo, tus dedos de uñas rojo fuego pintadas, se asomaban por arriba de tu hombro izquierdo, sentí que me miraban extasiadas, felices.
Me sentí tan vivo y no tenía sueño. Llevaba veinticuatro horas despierto y no tenía nada de sueño. El tiempo a tu lado se acababa.
Debo irme. Dejamos pa la otra el ceviche.
En el umbral de tu puerta nos besamos de nuevo. Traspase el umbral y nos despedimos afuera, en el antejardín de tu casa, con un breve y apasionado beso. Desde atrás de tu ventana me dijiste adiós, yo te miré desde dentro de mi auto y te correspondí el adiós.

Unos cuantos kilómetros mas allá no pude más y me detuve a un costado del camino. Te escribí y conversamos, compartimos el gozo mutuo de haber estado juntos.
—Gracias por una maravillosa velada. Estar contigo me inspira a escribir de la belleza de vivir. Te amo sin posesión y sin cadenas, te amo por tu individualidad, por ese ser que eres lleno de autenticidad.
—Mi amor, era tan especial eres tan tierno eres tan dulce. 
—Estar contigo fue un masaje para mi corazón y que no sentía hace tanto tiempo, desde la última vez que nos vimos.
—Fue increíble reencontrarnos.
—Si..., estoy aquí detenido a la orilla del camino arrojando suspiros al asfalto.
—Como sería que no nos dimos cuenta de la hora y de repente estaba amaneciendo !!!!
—Increíble..., no podía creer que estuviera amaneciendo.
—Y nos acostamos en el colchón hasta que amaneció. Parecemos niños. Jajaj. Me gusta.
—Jajja eso fue hermoso, una volá totalmente hippie.
—Me encantó todo.
—Siiii y tapados!!
—"Parecemos niños"..., que her-mo-so.
—Me siento un niño a tu lado. Un niño viejo y feliz.
—Rico
—Feliz de haber vivido tantas cosas para encontrarme contigo.
—Estás estupendo 😍
—🙈 Me encanta que me lo digas.
—Es verdad, te ves regio.
—🥰 Abrazarte, un sueño. Besarte, el paraíso. Me gusta tanto besarte. Es increíble que pese al tiempo esa sensación no se olvida.  Te amo..., descansa. Millones de besos para ti.
—Dibujo un corazón en el aire y de él brotan muchos corazones, de mi para ti.
Y así termina esta historia. 




Como viejos amigos

 



Ayer noche de mañana soñé con la Vale. La Vale del sueño era una casi amiga que tuve en mi juventud en la tierra media. Valentina, o muñeca de trapo, como cariñosamente la evocábamos con el amigo tártaro, era una mina bien mina en el sentido variable de la palabra. Colorina, de largas trenzas en su niñez y ahora de un pelo agradable a la vista, no tan rojo casi otoño. Su pelo otoño le caía poco mas allá del cuello dependiendo de lo que vestía. Siempre me agrado la muchacha. Solíamos tener algunas conversaciones entretenidas e inteligentes, ella era ambas cosas. Su belleza, no despampanante, residía para mi, en su todo como persona. Su porte, su talle, sus ojos como flores que responden según la luz. La luz de sus sentimientos, sus emociones. Sustantivos que en ella cobraban un significado especial. Su voz la recuerdo de una dicción impecable, poseedora de un tono que, para mi, encerraba todos esos tonos agradables, alegres cuando no solemnes y sensuales que uno ama de una mujer. Debo decir también que su talle y su estatura hacían conjunto con su todo que era ella. Perspicaz y efusiva, confiable. En esos años, si me preguntaban, yo decía que era mi amiga. Ahora con los años tengo un concepto mas exigente para ese concepto aunque si las cosas, al pasar los años, hubiesen continuado iguales o similares, seguro que todavía hoy, la llamaría amiga. La verdad no recuerdo haber tenido con ella una conversación mas intima, donde yo desnudara mis mas escondidos sentimientos o pensamientos. Tampoco hubo de parte de ella esa confesión necesaria que ahora considero inexcusable antes de llamar a alguien amiga.



Volviendo al sueño nochitutino. Conduzco mi Volkswagenagen Gol con rumbo desconocido de pronto se detienesel motor, se apaga la música y mi querido Gol cesa abruptamente su marcha. Sin razón aparente. Sin contacto, muerto totalmente. Estoy en una calle parecida a la calle Lira a la altura de general Jofré. En mi sueño este es un lugar donde estacionan a orilla de calle y sin cobro. Decido dejar aquí mi auto y emprender el resto de mi viaje a pie hasta llegar al centro de Santiago. Se acerca a mi un señor de aspecto menesteroso y me dice —vaya no mas, yo le cuido la joyita—y acto seguido respondiendo a mi fingido y cordial saludo me pregunta —¿Le lavo el auto jefe? Si quiere también le puedo arreglar la pana—. Evalúo rápidamente la situación y le digo que no, muchas gracias. Me voy hiendo  y llega  una vieja como de mi edad, con carácter de vieja metida (es raro que en el sueño haya evaluado su carácter aun antes de que la señora se bajara de su auto ¿indicará que poseo una personalidad prejuiciosa?) La mujer viene acompañada de un señor flaco de unos setenta y tantos años. Se estaciona de mala manera detrás mío y muy apegada a un desvencijado carretón de grandes ruedas de fierro donde venden frutas y verduras. Ahora aprieta unas paltas y, desde el asiento delantero derecho de mi auto asomando su cabeza canosa, flaca y arrugada por la ventana le alega al casero del carro, no se que asunto. Yo la miro y pienso —Que patuda esta vieja —la vieja sigue alegando y profiriendo insultos mientras yo, desde la ventana trasera y también asomado a la calle le respondo que como tan patúa que oiga bájese que esto no es taxi ni colectivo señora. Se va la vieja alegandole a  su viejo acompañante que ella es la que tiene la razón. Yo miro al verdulero cuidador de autos con cara de circunstancias y le digo que me voy a ir caminando, si total donde voy está aquí cerquita. Al segundo aparezco en el paseo Ahumada, voy subiendo hacía allí por una escalera encerada desde una galería subterránea (que no existe en la realidad ¿existe la realidad?) Llegando a la calle veo a la Valentina que viene hacia mi empujando una carriola con un bebé en su interior. Es un cochecito de esos de película gringa de los setenta del siglo pasado. La bebé es inmensa y regordeta, rubia de tez blanca onda europea. Al cruzarnos con la Vale nos saludamos al pasar, como esos saludos de compañeros de oficina que salen a almorzar por separado y se topan luego, en la calle y sin quererlo con algún colega que vieron hace unos minutos sentado en su cubículo probablemente vecino al tuyo. Valentina va hablando por celular pero este no es visible, solo lo supongo por su mirada concentrada en otra dimensión y sus palabras al aire en tono de conversación. Me pongo a caminar al lado suyo y llevo el carrito de la bebé. Mientras Valentina sigue en su charla con la dimensión desconocida. Y yo la miro insistentemente pero no para urgirla a que termine de hablar. La miro así porque no puedo creerlo. Ella tan igual, tan muñeca de trapo carita de loza como la última vez que la tuve a mi lado hace veinte y tantos años. No puedo creerlo, estoy encantado. Le hablo incoherencias y ella me hace señas a que espere, que está hablando, que termina al tantito. Cuando al fin termina su diálogo con el ser invisible, nos saludamos. Yo la abrazo efusivo y contento. No caigo en mi pellejo. Ella en cambio está tranquila y me saluda como si ayer no mas nos hubiéramos visto. Bueno, recordando, esa era una de las cualidades que me enamoraban de ella. Su apacibilidad. Entre conversa y conversa, poniéndonos al día después de tanto de no olernos llegamos a mi auto y yo la invito pa mi casa, que es la misma en que vivo ahora pero como estaba en mil novecientos setenta y nueve, ochenta, ochenta y uno, dos y tres. La casa de mis padres en la Villa México. Entramos y sentado en el living está mi padre revisando su celular mientras en la tele unos tipos se disparan y otros caen muertos como moscas. Mi padre saluda a la visita y continúa ensimismado en su teléfono (¿recuerdas cuando a fines de los noventa me dijiste que los teléfonos eran para llamar y que cualquier otro uso que se les diera era una tontería?) Nos vamos a la amplia cocina, que por aquellos años era punto de reunión obligado ya sea con la familia o los amigos que iban y venían. Dejo a la bebé sobre la mesa y la acaricio; ahora es una perra mediana de porte, dócil, hermosa y de suave y  largo pelaje. Como una aparición veo frente a mi a un iluminado Daniel, otro amigo perdido en el tiempo. Daniel, de blanco entero y con unos rayban de aviador, es bañado por el abundante sol que baja del tragaluz que abarca un tercio del techo de la cocina. Parece un espíritu que aparece y desaparece intermitentemente. Como una ampolleta a punto de quemarse. No habla, solo mira su celular mientras está ahí de pie, incandescente frente a mi. Lo miro algo confundido y le comento a la Vale de su papá, que según me había enterado había muerto el año pasado después de que su esposa le perdonara su infidelidad y lo admitiera de nuevo en casa. Valentina me mira extrañada. No entiende.


—Yo hablé con mi papá esta mañana me dice.

—Me separé de mi esposa—le digo— el año pasado y abandoné la religión hace veinte años. 

Ella como que no le dio asunto y se rio con esa risa sofisticada que tanto me gusta.

—¿Cómo te enteraste lo de la infidelidad? Se supone que nadie mas sabe que nosotros—mr dice contrariada.

Daniel intermitente bañado por esa luz blanca del mediodía y que entraba a raudales por el tragaluz de uno por tres metros, enciende un cigarrillo. —Ah, este también se salió de los Testigos (1)—pensé yo y me sonreí. Mientras miraba a Valentina con cara de enamorado. En eso aparece mi hermano de profesión mecánico automotriz y le comento que el auto no me parte. Él, luego de consultarme algunos detalles del desperfecto comienza a darme una lista de las posibles causas técnicas de la falla. Ahondando en detalles y preguntas, como si cambié o no la batería, o que habría que revisar si le llega corriente al alternador o bien puede ser un corte o una falla de la ECU. Yo, sin ponerle demasiada atención continuo observando a la Valentina ahora con <<ojos de cordero degollado>> sin atreverme a preguntarle por su marido hasta que es ella quien lo menciona y me comenta que también se separaron.—Esta es la mía—me digo y le ofrezco llevarla de vuelta al punto de partida. La perra ya no estaba y yo a esta altura me dejo arrastrar por mi imaginación lívidinosa. En esas divagaciones estoy cuando ella me dice que no, que no me preocupe porque aquí, justo a la vuelta de la esquina, tiene que hacerle estudio de la biblia a una señora que la esta esperando a esa hora. Antes de alcanzar a reaccionar suena un ring estridente y ensordecedor. Es mi celular y contesto pero sigue sonando, estridente y ensordecedor. Abro los ojos, saliendo abruptamente de esa sopa de sentimientos que es mi sueño y sobre el velador sigue sonando mi celular. Es mi amigo jardinero que me llama, conversamos y yo estoy todo el rato pensando en mi sueño y en lo extraño que es pensar dentro de un sueño y sentir ansiedad y emociones, enamorarse y recordar juntar todo y traer aunque sea en sueños a esas amigas que de una secreta manera amé y alguna que otra vez divagué pensando ¿Y si? con todo mi corazón. 

A mi tío Caco que se fue pal otro lado este 13 de septiembre

 Dicen que la gente muere solo si la olvidamos y yo siento que la gente que se ama permanece en nosotros como nosotros permanecemos en ellos y cuando ellos parten, una parte nuestra parte con ellos. Es algo que se ha dicho muchas veces pero que cobra gran significado cuando lo vivimos en carne propia. Hace un par de noches me avisaron que mi tío Enrique a quien cariñosamente siempre llamamos Caco, murió por complicaciones relacionadas con el maldito bicho que anda rondando el planeta cobrando la vida de aquellos que de muchas maneras esquivaron la muerte. Y ese es el caso del tío Caco, quien hace años superó un cáncer y del que bromeaba en cada reunión familiar en que estaba presente. Como ese cáncer superó muchas cosas mas tanto que algunos lo creíamos inmortal.

  Esta noche, triste noche, quisiera hablarte como ese ser humano que conocí. Un gozador de la vida. Un tipo trabajador y busquiilla. Alguien a quien nunca vi derrotado ante las circunstancias. Un ser feliz.


<<Así me acuerdo de ti tío. Un ser lleno de alegría y de buen humor. Una visita siempre bien recibida y de esas que te alegran el corazón cuando los ves. Y tu alegría era de esas sinceras, asi se sentía.    


   Hubo un momento en especial de mi vida en que tú estuviste a mi lado. Estaba yo convaleciente de una sobredosis de barbitúricos que había ingerido en una de mis tantas crisis existenciales pero esta fue la peor y que nunca espero se vuelva a repetir. Recuerdo que estaba en mi cama medicado y tú viniste a verme y entraste a mi pieza y ahí sentado al lado de mí cama me dijiste —la vida es complicada Nano, pero tú soy un cabro inteligente y vas a salir adelante—. Con esas sencillas palabras y con tu actitud abierta de no juzgarme me tocaste el corazón. Ahí supe la gran calidad de persona que eras.

   Cuando yo era muy chico una vez en un almuerzo familiar me dijiste que porque hacía una cosa de determinada manera cuando tú la hacías de otra forma y que esa era la correcta y yo con gran elocuencia te contesté:

—Usted es usted y yo soy yo—, a lo que siguió un breve silencio y luego una carcajada general. Me salvaste de la reprimenda de mis padres. No me queda duda de que tú fuiste el que dio paso a esa algarabía. Porque así eras tú. Lleno de ese humor y esa alegría contagiosa y espontánea que saca lo mejor de las situaciones mas difíciles de la vida.


Nos dejamos de ver hace años. La lejanía y todo lo demás son solo excusas que no tienen asidero. Solo diré que siempre te he llevado aquí y seguirás vivo por siempre dentro de mi corazón.


Te quiero y te querré por siempre tío querido.>>


Ride Upon The Storm , Cabalga Sobre La Tormenta (parte 2)


 



Vuelvo a casa despues de ese reparador paseo .En la paz de mi pieza continuo el mecánico proceso de configurar la maquina de mi hijo, dejo pasar las horas mientras el trabajo corre de forma automática. Mi mente absorta en una serie que pasan por televisión. Danesa existencialista; humana, delicada y brutal.

Ya he terminado de respaldar toda la información y comienzo con la instalación del sistema operativo. Inserto una memoria USB en la ranura del notebook para tal fin, con la información necesaria. Ajusto la BIOS y le doy partida, cerca de la una de la mañana ya está todo casi listo. Mientras afino los últimos detalles le envío una foto a mi hijo con los menús actualizados y un reluciente sistema operativo y renovado ordenador con toda su valiosa información respaldada. Mi hijo, al otro lado, me expresa su felicidad por mi trabajo esmerado y yo me siento orgulloso de haberlo ayudado. Entonces reinicio la máquina, deshago los cambios temporales en la BIOS... momento, algo anda mal. La pantalla se suspende en negro y como fatal sentencia aparece el mensaje "Operating System Not Found." Se me hiela la sangre al leerlo. No lo entiendo, o si lo entiendo pero me niego a hacerlo. Mensaje fatal "Operating System Not Found." ¡¿Que diantres?!


Cambio la serie de la tele y en su lugar pongo música, buscando tranquilizar mi espíritu. Siento que la mente me va estallar. Apago todo y me quedo en silencio en la oscuridad absoluta de mi pieza. Siento el zumbido de un mosco que choca contra las paredes oscuras de mi habitación. 

Mi mente se congela y el pánico se hace presa de todo mi ser. Apago prendo, apago prendo, apago prendo, esperando algo que no viene. Operating System Not Found. Inserto la memoria USB, que contiene el sistema operativo, nuevamente después de deshacer los cambios a la BIOS. Espero unos segundos que parecen horas. La pantalla negra y nuevamente el terrorífico mensaje Operating System Not Found. Siento náuseas. Salgo al patio, transpiro miedo. Miro el cielo oscuro y sin luna, apenas se distingue Júpiter y Marte, ¿la cruz del sur quizás?. No puedo pensar, pasan miles de ideas por mi mente en ebullición. Veo flotando en el cielo el mensaje que no se borra de mi retina. Operating System Not Found. No se porque recuerdo esa extraña melodía de Isao Tomita que le aterraba a mi esposa "Prelude to the afternoon of a faun". Tengo el estómago revuelto, ganas de vomitar, estoy tiritando de frío, miro la temperatura ambiente en mi celular y marca dieciocho grados centígrados. Vuelvo a mi habitación. ¡¿Qué hago?! Mierda ¡Que hago ahora! Intento concentrarme. Por mi cabeza pasan cientos de situaciones igual de desesperadas que he vivido previamente. Recuerdo otros desvelos terroríficos por culpa de un computador. Ajusto un comando, otro. F4, F5, Esc, flecha arriba F10, enter, Esc. Otra vez F4, F5, Esc. Si continúa perderá toda la información. enter. ¡No! ¡¿Qué hice?! Todo se reduce a comandos, números y letras. No estoy pensando bien. Veo nublado. Estoy agotado. Debería dejar esta tarea para mañana. Pero se me fue el sueño. Vuelvo unas horas atrás en el tiempo cuando hablé con mi hijo. Se palpaba su alegría. Esa misma que tenía cuando le compré un auto de juguete en una feria del puerto de San Antonio a sus dos años.

                          

Power on. Se siente el silbido suave de la aguja pasando sobre el disco duro. El ronroneo de los ventiladores, la estática de la pantalla, que se queda en negro todavía mas  tiempo que la vez anterior. Apenas puedo respirar y de pronto aparece el logo del sistema. "Instalar ahora" enter. Recopilando información nueve por ciento, diecisiete por ciento, noventa y ocho por ciento. Luego de minutos, horas quizás ;no llevo la cuenta, la perdí hace rato. En la pantalla ahora comienzan a aparecer variados mensajes bajo un fondo azul esperanzador. "Se están realizando los últimos ajustes, ten paciencia. No apagues ni reinicies tu computador. Nombre de usuario. Contraseña de inicio de sesión." Y ahí esta por fin. La pantalla de bienvenida. La misma que fotografié feliz unas horas atrás y le mandé por mensaje a mi hijo. A ver, veamos. Abrir carpeta. Equipo. Disco C ok. Hasta ahí todo bien. Pero falta la partición de respaldo. ¡No está! ¿No está? ¡Se ha ido! ¿Se ha ido? No, no, no. Sí. ¡Nooooo! ¡Mierda!, ¿Qué chucha? Conchesumadre ¿y que le digo a mi hijo ahora? Sus fotos, todos sus archivos, los videos de su hija desde que nació. Sus canciones. Sus documentos ¡Todo, todo, todo ha desaparecido!

Ahora si que la cagué. No se que puedo hacer. Busco ayuda en la web. "Solucionamos su perdida de información. Tenemos todo un laboratorio forense a su disposición. Solo déjenos su disco duro y le salvaremos el pellejo por la módica suma de unos cuantos miles de pesos." Programas en linea para recuperación de datos; no hay tiempo. Ya empieza a clarear, son cerca de las seis de la mañana. Me acuesto y logro dormir un poco más de una hora. Despierto en medio de un sueño de recorrer galerías laberínticas sin salida. Me doy una ducha mientras invento en mi cabeza mil explicaciones que darle a mi hijo. Ninguna me satisface. Podría asumir el elevado costo del laboratorio forense, pero no estoy convencido de su efectividad. Una vez lo hice y los resultados fueron nefastos. Fotos que solo se les veía la vista previa sin poder abrirlas. Videos entrecortados. Pies en lugar de cabezas. Un collage de imágenes inútiles.


                        

Me armo de valor y parto siendo las ocho de la mañana en dirección a la casa de mi hijo. Le suelto el muerto de una. Sin adornos ni maquillaje. Le muestro mi pesar sincero casi entre lágrimas. Él se muestra comprensivo en todo momento, aunque obviamente lamenta la pérdida no me reprende ni se ofusca externamente. Le doy un abrazo y le agradezco. Me vuelvo a casa con el gozo que deben sentir los que escapan de la muerte. Mi espíritu renovado, no siento cansancio y todas las nubes negras se han ido dando lugar a un cielo azul brillante. 

Mañana sera otro dia


  


Esa mañana te levantaste muy temprano, como era tu costumbre, ignorabas que hoy era once de septiembre. Un día semi nublado se desmarcaba en tu casa vestida de ese verde musgoso que tanto odiabas. Una atmosfera de olor relente llenaba todo, al punto que te molestaba profundamente. Tus pasos se dirigieron a la cocina, entonces, sumergiéndote en tu rutina diaria pensaste en preparar el desayuno para Lucy, tu fiel compañera y esposa de toda la vida. Una gota de sudor frio cruzó tu frente, pero tú seguiste sin prestarle atención. Te sentaste por un instante y tomaste lápiz y papel planificando lo que seria tu próximo negocio, el que te permitiría salir del atolladero al que habías descendido. Entonces, como nunca antes, la nostalgia te abordo, un escalofrió recorrió tu espalda, y el sudor ahora empapaba las palmas de tus manos, al mirarlas recordaste aquel verano perdido en el tiempo, en que junto a tu gran amigo Ricardo, se fueron de paseo a la localidad costera de Ventanas. Con las puras patas y el buche, no tenían ni uno, pero gracias a tu ingenio y un triciclo que conseguiste de una charla con un parroquiano la noche anterior, emprendiste un negocio de compra y venta de cosas usadas. Luego, gracias al capital que lograron reunir de tal empresa, se dieron unas vacaciones familiares que serian recordadas por mucho tiempo. Inolvidable fue también aquel verano en la localidad de Quintero, donde, haciéndolas de dueño de un restaurant que arrendaste a orilla de la playa, empleaste a media familia, y una vez mas lograste la satisfacción del triunfo.
Seguro estabas entonces de que podrías lograrlo nuevamente. Como tantas otras veces te distes fuerzas y trazando una línea ininteligible de números y palabras sobre un papel, esbozaste lo que parecía una oficina con varias puertas continuas y las emprendiste con una idea nueva que comenzarías hoy mismo. No obstante, tu destino aquel día ya estaba trazado y no pudiste contener un fuerte calambre que vino desde tu interior y te obligo a abandonar por ahora aquel ambicioso proyecto que esbozabas en el papel. Con la escasa fuerza que te quedaba llamaste a tu esposa, esa que te acompañaba desde joven, y que seguía fielmente cada una de tus ideas pese a los malos tratos que te brotaban a veces de no sabes donde y ese gustillo por el alcohol dejado atrás hace un año ya. Lucy a tu lado camino al hospital se veía ansiosa y apretaba fuerte y delicadamente tu mano, rogando a Dios que nada malo te ocurriera. Tú, ya recuperado del susto le ordenabas al medico de turno que te dejara volver a casa, seguro de sentirte bien y no queriendo que se te fuera a ir la oportunidad de seguir con el proyecto que estabas hilvanando. Entonces, como nunca, un dolor punzante como una puñalada te traspasó desde la espalda al pecho, obligándote a retorcerte en la camilla. Superado el horrible dolor te levantaste y sintiéndote como en otro lugar abriste una puerta la que a su vez te condujo a un pasillo donde varias puertas te conducían a diferentes habitaciones, en una de ellas te encontraste con tu oficina y supiste que lo habías logrado una vez mas. Estabas en tu nueva empresa, te arrellanaste en tu butaca y buscaste aquella idea que habías olvidado arrugada en tu bolsillo una mañana cualquiera. A lo lejos se podía oír una música como de Juan Gabriel.


Dedicado al tío Jorge Castillo, a quien no conocí personalmente, fallecido inesperadamente el 11 de septiembre de 2007