Como viejos amigos

 



Ayer noche de mañana soñé con la Vale. La Vale del sueño era una casi amiga que tuve en mi juventud en la tierra media. Valentina, o muñeca de trapo, como cariñosamente la evocábamos con el amigo tártaro, era una mina bien mina en el sentido variable de la palabra. Colorina, de largas trenzas en su niñez y ahora de un pelo agradable a la vista, no tan rojo casi otoño. Su pelo otoño le caía poco mas allá del cuello dependiendo de lo que vestía. Siempre me agrado la muchacha. Solíamos tener algunas conversaciones entretenidas e inteligentes, ella era ambas cosas. Su belleza, no despampanante, residía para mi, en su todo como persona. Su porte, su talle, sus ojos como flores que responden según la luz. La luz de sus sentimientos, sus emociones. Sustantivos que en ella cobraban un significado especial. Su voz la recuerdo de una dicción impecable, poseedora de un tono que, para mi, encerraba todos esos tonos agradables, alegres cuando no solemnes y sensuales que uno ama de una mujer. Debo decir también que su talle y su estatura hacían conjunto con su todo que era ella. Perspicaz y efusiva, confiable. En esos años, si me preguntaban, yo decía que era mi amiga. Ahora con los años tengo un concepto mas exigente para ese concepto aunque si las cosas, al pasar los años, hubiesen continuado iguales o similares, seguro que todavía hoy, la llamaría amiga. La verdad no recuerdo haber tenido con ella una conversación mas intima, donde yo desnudara mis mas escondidos sentimientos o pensamientos. Tampoco hubo de parte de ella esa confesión necesaria que ahora considero inexcusable antes de llamar a alguien amiga.



Volviendo al sueño nochitutino. Conduzco mi Volkswagenagen Gol con rumbo desconocido de pronto se detienesel motor, se apaga la música y mi querido Gol cesa abruptamente su marcha. Sin razón aparente. Sin contacto, muerto totalmente. Estoy en una calle parecida a la calle Lira a la altura de general Jofré. En mi sueño este es un lugar donde estacionan a orilla de calle y sin cobro. Decido dejar aquí mi auto y emprender el resto de mi viaje a pie hasta llegar al centro de Santiago. Se acerca a mi un señor de aspecto menesteroso y me dice —vaya no mas, yo le cuido la joyita—y acto seguido respondiendo a mi fingido y cordial saludo me pregunta —¿Le lavo el auto jefe? Si quiere también le puedo arreglar la pana—. Evalúo rápidamente la situación y le digo que no, muchas gracias. Me voy hiendo  y llega  una vieja como de mi edad, con carácter de vieja metida (es raro que en el sueño haya evaluado su carácter aun antes de que la señora se bajara de su auto ¿indicará que poseo una personalidad prejuiciosa?) La mujer viene acompañada de un señor flaco de unos setenta y tantos años. Se estaciona de mala manera detrás mío y muy apegada a un desvencijado carretón de grandes ruedas de fierro donde venden frutas y verduras. Ahora aprieta unas paltas y, desde el asiento delantero derecho de mi auto asomando su cabeza canosa, flaca y arrugada por la ventana le alega al casero del carro, no se que asunto. Yo la miro y pienso —Que patuda esta vieja —la vieja sigue alegando y profiriendo insultos mientras yo, desde la ventana trasera y también asomado a la calle le respondo que como tan patúa que oiga bájese que esto no es taxi ni colectivo señora. Se va la vieja alegandole a  su viejo acompañante que ella es la que tiene la razón. Yo miro al verdulero cuidador de autos con cara de circunstancias y le digo que me voy a ir caminando, si total donde voy está aquí cerquita. Al segundo aparezco en el paseo Ahumada, voy subiendo hacía allí por una escalera encerada desde una galería subterránea (que no existe en la realidad ¿existe la realidad?) Llegando a la calle veo a la Valentina que viene hacia mi empujando una carriola con un bebé en su interior. Es un cochecito de esos de película gringa de los setenta del siglo pasado. La bebé es inmensa y regordeta, rubia de tez blanca onda europea. Al cruzarnos con la Vale nos saludamos al pasar, como esos saludos de compañeros de oficina que salen a almorzar por separado y se topan luego, en la calle y sin quererlo con algún colega que vieron hace unos minutos sentado en su cubículo probablemente vecino al tuyo. Valentina va hablando por celular pero este no es visible, solo lo supongo por su mirada concentrada en otra dimensión y sus palabras al aire en tono de conversación. Me pongo a caminar al lado suyo y llevo el carrito de la bebé. Mientras Valentina sigue en su charla con la dimensión desconocida. Y yo la miro insistentemente pero no para urgirla a que termine de hablar. La miro así porque no puedo creerlo. Ella tan igual, tan muñeca de trapo carita de loza como la última vez que la tuve a mi lado hace veinte y tantos años. No puedo creerlo, estoy encantado. Le hablo incoherencias y ella me hace señas a que espere, que está hablando, que termina al tantito. Cuando al fin termina su diálogo con el ser invisible, nos saludamos. Yo la abrazo efusivo y contento. No caigo en mi pellejo. Ella en cambio está tranquila y me saluda como si ayer no mas nos hubiéramos visto. Bueno, recordando, esa era una de las cualidades que me enamoraban de ella. Su apacibilidad. Entre conversa y conversa, poniéndonos al día después de tanto de no olernos llegamos a mi auto y yo la invito pa mi casa, que es la misma en que vivo ahora pero como estaba en mil novecientos setenta y nueve, ochenta, ochenta y uno, dos y tres. La casa de mis padres en la Villa México. Entramos y sentado en el living está mi padre revisando su celular mientras en la tele unos tipos se disparan y otros caen muertos como moscas. Mi padre saluda a la visita y continúa ensimismado en su teléfono (¿recuerdas cuando a fines de los noventa me dijiste que los teléfonos eran para llamar y que cualquier otro uso que se les diera era una tontería?) Nos vamos a la amplia cocina, que por aquellos años era punto de reunión obligado ya sea con la familia o los amigos que iban y venían. Dejo a la bebé sobre la mesa y la acaricio; ahora es una perra mediana de porte, dócil, hermosa y de suave y  largo pelaje. Como una aparición veo frente a mi a un iluminado Daniel, otro amigo perdido en el tiempo. Daniel, de blanco entero y con unos rayban de aviador, es bañado por el abundante sol que baja del tragaluz que abarca un tercio del techo de la cocina. Parece un espíritu que aparece y desaparece intermitentemente. Como una ampolleta a punto de quemarse. No habla, solo mira su celular mientras está ahí de pie, incandescente frente a mi. Lo miro algo confundido y le comento a la Vale de su papá, que según me había enterado había muerto el año pasado después de que su esposa le perdonara su infidelidad y lo admitiera de nuevo en casa. Valentina me mira extrañada. No entiende.


—Yo hablé con mi papá esta mañana me dice.

—Me separé de mi esposa—le digo— el año pasado y abandoné la religión hace veinte años. 

Ella como que no le dio asunto y se rio con esa risa sofisticada que tanto me gusta.

—¿Cómo te enteraste lo de la infidelidad? Se supone que nadie mas sabe que nosotros—mr dice contrariada.

Daniel intermitente bañado por esa luz blanca del mediodía y que entraba a raudales por el tragaluz de uno por tres metros, enciende un cigarrillo. —Ah, este también se salió de los Testigos (1)—pensé yo y me sonreí. Mientras miraba a Valentina con cara de enamorado. En eso aparece mi hermano de profesión mecánico automotriz y le comento que el auto no me parte. Él, luego de consultarme algunos detalles del desperfecto comienza a darme una lista de las posibles causas técnicas de la falla. Ahondando en detalles y preguntas, como si cambié o no la batería, o que habría que revisar si le llega corriente al alternador o bien puede ser un corte o una falla de la ECU. Yo, sin ponerle demasiada atención continuo observando a la Valentina ahora con <<ojos de cordero degollado>> sin atreverme a preguntarle por su marido hasta que es ella quien lo menciona y me comenta que también se separaron.—Esta es la mía—me digo y le ofrezco llevarla de vuelta al punto de partida. La perra ya no estaba y yo a esta altura me dejo arrastrar por mi imaginación lívidinosa. En esas divagaciones estoy cuando ella me dice que no, que no me preocupe porque aquí, justo a la vuelta de la esquina, tiene que hacerle estudio de la biblia a una señora que la esta esperando a esa hora. Antes de alcanzar a reaccionar suena un ring estridente y ensordecedor. Es mi celular y contesto pero sigue sonando, estridente y ensordecedor. Abro los ojos, saliendo abruptamente de esa sopa de sentimientos que es mi sueño y sobre el velador sigue sonando mi celular. Es mi amigo jardinero que me llama, conversamos y yo estoy todo el rato pensando en mi sueño y en lo extraño que es pensar dentro de un sueño y sentir ansiedad y emociones, enamorarse y recordar juntar todo y traer aunque sea en sueños a esas amigas que de una secreta manera amé y alguna que otra vez divagué pensando ¿Y si? con todo mi corazón. 

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