De papas fritas, caminatas y vieja estafadora







Y si la realidad es solo lo que recuerdo entonces es un borroso sueño que sin mas se desvanece.

Como se desvanece el presente. Ese ahora que a veces ahoga y que siempre es diferente a lo que habíamos planeado en el pasado. Lo imprevisible nos trae la sorpresa; la magia de la improvisación. Aprovechar esa fragmentación en la malla uniforme de los días, nos da la oportunidad de elevar nuestro espíritu a un ahora que se afianza y nos eleva la confianza haciendo de la suma de los días; del futuro, del pasado y del presente un todo que me da felicidad. Tender una mano amiga te produce esa alegría, ese gozo que nada ni nadie mas te va a dar. El gesto desinteresado de dar cuando el otro lo necesita. Dar sin que te lo pidan. Algo sencillo. Un gesto que encierra un significado mayor, para nuestra amigo. Para el mejor amigo. Dar, desprenderse de lo que mas quieres. Compartir aquello que cuidas y guardas celosamente y que sabes que si lo pierdes será para siempre. Pero eso no te importa, porque en tu naturaleza brota ese impulso que te hace ir mas allá. Y se siente tan bien que el pecho se te hincha de alegría por tu corazón que en ese acto se siente vivo.

-Ta madre, estoy pasao a bencina. Un neumático amaneció blandengue y me dispuse a cambiarlo cuando , no sé qué mierda hice, parece que me eché un conducto de bencina y cual pozo petrolero se me fue medio estanque a la calle. Ahora figuro a la espera de una grúa... lindo sábado por la santísima trinidad. Adios carnaval.

-Te paso mi auto.

-Sos un grande.

-Úsalo el tiempo que sea necesario. Vamos a buscarlo.

Y así nos encaminamos a buscar mi auto. Caminando las calles de la Villa México. Como en aquellos años, cuando íbamos a comprar papas fritas donde "la vieja estafadora" que le pedías dos conos de papas y te preguntaba ¿Los quieren para llevar? Y si, claro, (obvio), respondiamos a coro algo contrariados con el amigo. Entonces ella, en una maniobra digna de un ilusionista, te echaba rápidamente una porción y media dentro de un cambucho de papel kraft, el que cerraba sin titubear, y en un gesto mecánico y distraído te lo alcanzaba como si nada, sellando su fechoría con unas cuantas servilletas.


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