La VIlla Mexico







"Salgo a caminar por la cintura cósmica del sur..."

Me adentro en estos pasajes juveniles tan iguales, tan dispares. Camino por la calle Las Torres vigilado desde las alturas por las imponentes torres de acero que transportan su carga de alta tensión desde no se donde hasta quien sabe donde. Esquivando los mojones de los perros que cada tanto siembran el paisaje de jardines mal cuidados. De pasto pidiendo agüita por favor señor alcalde, que este año cercano a las elecciones prefirió renovar las veredas que estaban buenas, resistiendo sin problemas el paso de los años. Construidas por obreros a finales de los años setenta, cuando los arréglines no eran tan comunes y la calidad de los trabajos y los materiales eran para toda la vida. Cincuenta años de aguantar los millones de pasos de sus habitantes que crecimos caminando con confianza por sus amplios espacio. Corriendo de niños a comprar el pan donde "la Tía Paty", ese viejo almacén que aun subsiste dignamente atendido por sus dueños; la señora Paty y don Jorge. Por ellas anduve colgando de la mano de mi entonces joven padre, que me contaba historias anecdóticas y divertidas; fabulas y vivencias de su propia infancia que a mi me parecía tan remota y lejana como mi propia infancia ahora. Por estas veredas rodé con mis primeros patines. Estaban hechos de acero, eran pesadísimos, con correa y ruidosas ruedas. Por estas mismas veredas que ahora lucen sin mayor desgaste, sin hoyos, baches o desniveles; pese a que algunos inconscientes hasta estacionan la mitad de su auto sobre ellas. Estas veredas anchas que pueden caminar hasta tres personas dándose las manos. Veredas donde en nuestra adolescencia nos sentábamos a conversar con los amigos de cualquier lesera, con las piernas para la calle si total casi no pasaban autos. Mirando pasar cada cuarto de hora la micro Cerrillos Villa Olímpica. Las viejas Chevrolet con trompa, destartaladas y lentas.
En esas veredas, específicamente la que pasaba por fuera de mi casa (o de mis padres), nos sentábamos con el amigo a tirarle piedras a los mojones de los perros que se acumulaban en un cerro de ripio que estaba pasando el portón. Luego nos subíamos a nuestras bicicletas mini y partíamos a recorrer las calles de la villa, saltando de la vereda a la calle y viceversa. Los pasajes y manzanas de casas de enfrente, un poco mas estrechos y sin veredas nos ofrecían un abierto laberinto para incursionar y aventurarnos. Pedaleábamos incansables bajo el sol del verano enfilando a nuestras anchas por La Primavera hasta llegar a Los Tilos; la entonces muy transitada avenida Los Tilos, y que marca hasta ahora el limite de la México. Con un esfuerzo adicional llegábamos hasta la punta del cerro y ahí nos tirábamos de vuelta en caída libre hasta La Primavera. Después de repetir esto hasta quedar extenuados emprendíamos el regreso a casa bajando a toda velocidad por la empinada calle sin veredas San Felipe y de ahí un breve viraje por Veracruz para tomar Acapulco y llegar a nuestro destino.

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