"Algunas tardes basta caminar sin rumbo para que la ciudad nos devuelva su lado más secreto. Cafés escondidos, museos improvisados, conversaciones cruzadas y canciones olvidadas se mezclan en un tejido de pasos y recuerdos. Este es el relato de una de esas noches: sencilla, inesperada y luminosa en su vagabundeo."
---
Ayer en la tarde, con Álvaro, nos escabullimos, después de dos sábados en pausa, una vez más al circuito Brasil-Yungay, esta vez con el agregado de Gruta de Lourdes, Vicuña Mackenna, Lastarria y El Rosal. Mi amigo pasó por mí a mi casa ya que llevo más de dos semanas sin poder trabajar con el taxi en pana. Llegamos a la calle Cumming cuando faltaban veinte minutos para las seis de la tarde. estacionamos el Toyota a la vuelta de la esquina y, tranquilamente, después de unas fotos, ingresamos al vacío bar "El Beer Wall", excepto por las dos mesas del fondo, incluyendo nuestra preferida, ocupadas por un hombre y una mujer que hablaban animadamente, todo el bar estaba a nuestra disposición. Nos pedimos un Talquino italiano para cada uno, acompañados de una "Piratas bravas", cerveza artesanal rubia fresca y deliciosa. A las seis y cuarto pedimos la cuenta y nos encaminamos por las calles como siempre, sin un rumbo fijo.
Cuando íbamos por calle Cueto, afuera del 357, fuimos invitados a pasar a la cafetería de la "Peluquería Francesa". Primero nos quedamos mirando hacia el interior, por una ventana, a un señor que estaba ordenando una vitrina al centro de una habitación atiborrada de objetos antiguos, como una suerte de museo. El señor, al advertir nuestra presencia, amablemente nos invitó a pasar.
Lo primero que vi fueron unas cabezas de maniquíes con peluca que se veían bastante siniestros; secadores de pelo, afeitadoras, seca toallas, estufas y una gran variedad de objetos de peluquería llenaban repisas, vitrinas y armarios.
—Tienen una cabeza de simio —le dije a mi amigo, que se apresuró a fotografiarla.
Más allá, en otra habitación, había unas antiquísimas máquinas de escribir y un escritorio al fondo, equipado con una lámpara, revistas y otra máquina de escribir, todas cosas de cincuenta años o más.
—Es el escritorio de Pepo, el caricaturista que hizo Condorito —nos dijo nuestro improvisado guía, y luego nos explicó que el actual dueño de la Peluquería Francesa era fanático de la revista, y que cuando supo que estaba en venta el estudio del creador, fue y compró todo y ahora lo conservaba ahí.
Seguimos nuestro tour y, en la pieza del fondo, en lo que debe haber sido el patio interior de la casa, había dispuestas unas mesitas y una barra: era la cafetería. Ahí disfrutamos de un delicioso café Kimbo, americano para Álvaro, y yo pedí "un café cortado que no esté recalentado...", para gracia de mi amigo, que siguió tarareando el viejo tango de Charlo.
La conversación estuvo interesante, acerca de películas, directores y protagonistas; Buñuel, Tarkovsky, Klaus Kinski, David Lynch y otros salieron a la palestra. Recordamos la loca película "Brasil" y cómo yo se la había contado completa al amigo, ensalzándola junto con sus compañeros de escuela, que al final él no la disfrutó tanto. Eso lo íbamos hablando ya cuando pasábamos justamente por fuera del Liceo de Aplicaciones, donde estudió mi amigo.
—¡Mira! Está abierto a la comunidad, ¿se podrá entrar? —dijo Álvaro entusiasmado, y subió un escalón.
Yo como que dudé, y justo un tipo que estaba sentado en la escalera increpó a mi amigo diciéndole que no se podía entrar, que era solo para...
—Soy un exalumno... —yo seguí mi camino; las palabras de los dos se perdieron en el bullicio de calle Matucana.
—Me alejé de ahí, me sentí agredido por el tono del tipo, era "agresor", como dice una prima choriza que tengo. Agresor el hueón.
—Nooo, estaba haciendo su pega el hombre.
—Sí, lo que pasa es que hay formas y formas de decir las cosas, y la de él no fue la más conciliatoria, así que preferí huir a ponerme a discutir con un imbécil.
—Bueee... —concluyó mi amigo.
Pasamos a otro tema ya cruzando la avenida Matucana frente al parque Quinta Normal. La noche estaba agradable, un poco fría, cuando nos adentramos por Santo Domingo, por la vereda que va al poniente, por el lado del INBA, Instituto Nacional Barros Arana.
—Aquí estudió mi padre —le dije a mi amigo, indicando el imponente edificio de más de cien años que se alzaba más allá de los espaciosos jardines de la entrada, sin que él me prestara mucha atención.
Seiscientos metros más allá, y pese a los reclamos de mi amigo, que no le encontraba sentido a esta vuelta:
—En auto me parece mucho más corta esta distancia.
—Sí, porque a sesenta kilómetros por hora no debes tardar ni un minuto.
Llegamos a la Gruta de Lourdes y a la impresionante Basílica de Lourdes, con su cúpula de setenta metros de altura. Tomamos algunas fotos y entramos a la basílica, donde se estaba celebrando una misa y unos cincuenta parroquianos cantaban animados alabanzas a Dios.
De vuelta a Cumming, esta vez por la vereda del frente, por fuera del oscuro parque Quinta Normal, nos pusimos a cantar la canción religiosa. Álvaro nos grabó para incluirla en el audio de sus videos. Sin parar de conversar —ahora no me acuerdo de qué—, seguimos camino hasta donde había quedado estacionado el auto.
Al llegar, nos subimos y Magaña se dirigió hacia el oriente; dimos unas vueltas y finalmente nos estacionamos en una calle al lado de Vicuña Mackenna, cerca de Plaza Italia. Cruzamos por la cerrada plaza en remodelación y llegamos al concurrido barrio Lastarria, harto turista. Entramos a una galería y aproveché de ir al baño. Luego seguimos por calle El Rosal; estaba agradable la calle, con una cafetería muy estilo europeo en un recodo y un señor cantando con guitarra.
Poco a poco fuimos regresando al auto por otro camino. A Álvaro no le gusta volver sobre sus pasos.
Fue una noche entretenida y variada: caminamos cerca de nueve kilómetros, un poquito más quizás, o menos, nunca se está seguro.
Como cierre debo decir que me dejó feliz la salida: conocí un nuevo lugar, fueron amables con nosotros —excepto el "agresor" del LDA—, no nos circunscribimos a un solo barrio, el clima estaba frío pero agradable aún, y la conversación fluyó en los más variados e interesantes temas.
"No siempre hay que tener un plan para que las cosas salgan bien. A veces, basta con un amigo, un par de cervezas, una ciudad abierta y la voluntad de caminar sin preocuparse demasiado. Esta es una de esas noches, de esas que parecen sencillas pero que se quedan dando vueltas en la memoria."
No hay comentarios.:
Publicar un comentario