El aroma de hierbas buenas de entre rieles frios de primavera, se dejaba colar tras cada paso de las Lonas, se abria camino un horizonte nuevo hacia la carretera, sin saber claramente en que iba a concluir nuestra travesia de aquella mañana. Primero era encontrar el ritmo de los durmientes viejos y quemados, por ahi era sacar algun clavo oxidado de entre las zapatas de los rieles para anexarlo a los souvenir del dia, despues cuando ya se entraba en calor, venian los gritos, verdaderos alaridos, de los que solo eran testigos esos viejos eucaliptos que se inclinaban como en señal de saludo a sus conocidos camaradas, y dejaban escapar tambien un murmullo silencioso. Gritos irrepetibles, que mejor que ninguna terapia de Tai, curaban cualquier amrgura o estancamiento de la semana.
Poco a poco aparecian las imagenes ya conocidas, la vieja estacion de ferrocarriles de Maipu, que con sus bodegones, galpones inmensos que mezquinaban su interior, y agregaban una suma de misterio al viaje, nos hablaba de una pasado glorioso ya listo para ser borrado del mapa. Y nosotros estabamos ahi, con la camarita de 110mm plateada Kodak, sacando las respectivas testimoniales.
Lo mejor de todo es que no pensabamos en el futuro, el presente llenaba todo el cuadro, las imagenes eran recojidas como meras notas de viaje, no sabiamos que escribiamos un pedazo de historia.
Despues asomaban las grandes barracas de madera, la venta de casas prefabricadas, y si teniamos suerte el tren repleto de carros cilindricos detenido en alguna linea muerta de aquella estacion, y mayor era la gloria si a lo lejos se sentia el pito del tren, ya que nos daba la oportunidad de sacar alguna moneda de esas grandes de a peso con la cara de B.Oh. y dejarla ahi en el riel esperando el paso del tren que ya venia y movia suavemente el terreno bajo nosotros, imponente, siempre, aplastando con su tonelaje nuestra moneda. Ese era un recuerdo preciado digno de nuestro diario publico.
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